Fragmentos de masculinidad

Por Ignacio García

Nota: Este artículo lo escribió Ignacio en Abril 2024 como un ejercicio de reflexión personal, después de que en las noticias saliera el femicidio de Kimberly Araya. Nos lo prestó para este blog, ya que complementa su poderoso episodio de podcast: “De la Racionalidad al Espiritualismo mágico: dos adopciones y el amor que lo cambió todo.” Les recomendamos que además de leer estas palabras, escuchen su podcast. Sin más, “Fragmentos de Masculinidad.”

I. Kimberly

Hoy 27 de Abril de 2024, las noticias y redes sociales anuncian que después de días de búsqueda se encontró sin vida el cuerpo de Kimberly Araya, una joven madre de tres hijos, quien murió a manos de su esposo. Paz a su alma, y mucha fuerza a su familia. Pienso, al igual que todos a quienes nos ha afectado y consternado esta noticia, en las tres criaturas que vinieron a este mundo a sentir ese dolor de manera tan temprana en sus corazones tan tiernos. Ojalá puedan encontrar un camino que les ayude algún día a reencontrarse con el cariño y el amor de su mamá. El homicidio se enmarca dentro del contexto tan violento que vive Costa Rica, en donde en el 2023 murieron de forma violenta aproximadamente 800 personas. El femicidio es una situación epidémica en el país. Sin embargo, igualmente silenciosa. La violencia estructural que vive el país, que se concibe a si mismo excepcional y un remanso de paz, es una más de sus grandes contradicciones.

Esta noticia fue el desenlace que me ha motivado a iniciar este artículo, el cual bauticé como “Fragmentos de masculinidad”, como una forma de decir que contaré mi historia desde la deconstrucción que supone abandonar ciertos patrones de conducta para abrazar otros hábitos más sanos y solidarios, no sólo hacia los demás sino y principalmente hacia uno mismo. Una forma de expresar que este esfuerzo -simplemente y de manera honesta- busca algo mejor hacia la transformación de mi mejor persona. Narro desde mi propio viaje, desde mi porción de universo, sin que tenga que ser una receta de superioridad moral ni mucho menos un ejemplo, sino sólo un testimonio que espero le pueda ser útil a otros seres humanos -quienes, como yo, y especialmente hombres-, busquen deshacerse de la ansiedad y encontrar una mejor forma de disfrutar su vida en feliz y sana compañía de sus valiosas y bellas mujeres, niñes y familias.

Otras eras de la humanidad experimentaron la revolución agrícola, la utilización de herramientas de hierro o el desarrollo de la escritura. Así como la rueda, la imprenta, la máquina de vapor, la electricidad o el motor de combustión interna revolucionaron el mundo anteriormente conocido, el siglo XX pasará a la historia al menos por dos razones: por el uso de la bomba atómica y por la visibilización de las minorías mediante la deconstrucción de la masculinidad. Ambos procesos han sido simultáneos, y espero que uno y el otro se ayuden a resolver recíprocamente.

Como niño costarricense de los 80s y 90s, me tocó vivir algunos eventos en su total magnitud: la odisea de la selección nacional en Italia 90, la muerte de José Figueres Ferrer, las imágenes de Tatcher, Reagan y el Challenger explotando y un evento que me marcó muy íntimamente: la caída del muro de Berlín.

En retrospectiva, como adulto, nunca cuestioné que con la caída del muro de Berlin se nos había prometido un renacimiento postmoderno universal. Había caído la dualidad ideológica de la cortina de hierro, el mundo iniciaba de nuevo bajo la fraternidad del comercio y así dejaba atrás el horror y el trauma de la segunda guerra mundial. La tecnología era el vehículo hacia el futuro y el mundo ahora más pequeño, tolerante y conectado, mostraba posibilidades infinitas. Pero hasta el golpe y el despertar que significó Trump, nunca me percaté de que, en realidad, el planeta Tierra -desde la caída del muro hasta la invasión de Iraq, Afganistán y Ucrania-, había cambiado muy poco.

La revolución zapatista y los tratados de libre comercio evidenciaron que las poblaciones indígenas de Mesoamérica y los grupos insurgentes de Colombia, a pesar de las decenas de acuerdos de paz, se habían expuesto a salir de la montaña, sólo para continuar sus luchas desde una posición aún más vulnerable. Ahora el conflicto simplemente cambió de nomenclatura, y en vez de guerrillas separadas por ideologías se convirtieron en conflictos armados que se analizan desde el fenómeno de la mano dura, el crimen organizado y el narcotráfico. El conflicto de la franja de Gaza tuvo una pausa decenal, en donde tal vez pusimos más atención a los atentados del 11 de Setiembre o a las bases de Guantánamo, pero finalmente terminó reactivándose y nunca se resolvió en su raíz, lo cual finalmente estamos experimentando y comprendiendo nuevamente hoy en 2024. Los arsenales nucleares pasaron de la tensión dualista de la crisis de los misiles de Cuba, a fragmentarse en más actores (Corea del Norte, Irán, Kazajstán) y arsenales con todavía menos control y más detonadores. La ocupación de Rusia de Crimea y ahora de Ucrania siguen siendo, al igual que lo fueron Vietnam y Nicaragua, lugares en donde los poderes de Oriente y Occidente se enseñan los dientes para evitar escalar a un conflicto mayor. Es decir, el mundo continuó siendo tan caótico y bélico como antes, a pesar de la prosa humanista y altruista que el grunge de Nirvana nunca nos prometió.  

Pero tengo que decir que todavía “smells like teen spirit”. Entre todo el conocimiento que se disolvió y la sedimentación de toneladas de memes que hemos recibido en nuestra psyche desde la creación de las redes sociales y sus subsiguientes biopics y películas de propaganda, ver a un fornido tatuado supremacista blanco con la bandera de las rayas y estrellas pintada en la cara, vistiendo pieles y un sombrero con cachos invadiendo el capitolio de Washington, me hizo ver una cosa:

que las bravuconadas y los berrinches de Trump son los últimos coletazos del dinosaurio de una masculinidad que se reniega a morir, pero que tiene contados sus días como forma de organización social autorreferencial. El patriarcalismo se extingue, y está desesperado.  Rodrigo Cháves, Milei y Vladimir Putin lo saben y le gustaría tener una máquina del tiempo para volver a un tiempo pasado, donde podían someter y reprimir sin tapujos, y volver al lugar donde Weinstein, Epstein y el príncipe Andrew no tenían idea de que era que les dijeran en un Tribunal de juicio que “no es no”.

En un futuro trataré de expresarme en términos más simples y con referencia a mis experiencias personales. Pero hoy prendo una velita por Maria Laura Víquez, por Kimberly Araya, por María Luisa Cedeño, por María Tacsan,  pero también por sus hijes, sus padres y madres, sus familiares cercanos y lejanos, y por todas las víctimas indirectas de un sistema patriarcal que oprime a las mujeres, pero que también crea y utiliza instituciones y mecanismos para reducir, vulnerar y reprimir a todos los seres humanos, hombres mujeres, sean binarios o no binarios, que poblan la tierra.

II. El Súperhéroe

          Don Orlando es guarda de seguridad privada (1). Se levanta en la mañana y se pone el traje de Batman: un revólver calibre .38, chaleco, un puñal en la funda que se amarra en la pierna derecha y unas botas militares. Hace mucho tiempo, cuando entró en la compañía le exigían entrenar. Pero desde que renunció a ese trabajo y lo contrataron por lo privado, su vientre ha crecido exponencialmente. Agradece mucho este trabajo, porque, aunque no gana tan bien, por lo menos le ha permitido ya pagar la pensión.

Generalmente no desayuna en la casa porque le toca el turno de la madrugada. Se hace un café en la casetilla del guarda, saluda todas las mañanas a los vecinos del condominio y les abre la puerta. Regresarán hasta en la noche. No entiende por qué la muchacha del 2A se ofendió porque él le dijo “hembra” en vez de “mujer”. Lo tiene muy resentido que esta gente lo trate así. A veces ni lo miran a los ojos. Tampoco entiende muy bien si esta muchacha es hombre o mujer, porque se viste de uno u otro a veces y a veces ve entrar muchachos jóvenes y la ha visto de la mano con otras muchachas.

          Ahí él pasa incontables horas viendo los videos del monitoreo. En esa casetilla hace sus necesidades, ve noticias, y se entera de los chimes del barrio. A veces la contraportada de la Teja le ha ayudado a pasar el tiempo en soledad. Recuerda con nostalgia los tiempos de alguna juventud. Ve su pistola y recuerda la de su papá, allá en Nicaragua, en los tiempos de la revolución. Hace tiempo que se vino de allá. Recuerda cuando veía Rambo en la tele. Practicaba como Rocky y había conseguido una moto Triumph. Moto, anteojos de Poncharello, pistola y un tarro de gomina en el pelo eran suficientes para conquistar el mundo. Pero ahora se siente confundido. Como que ya no se siente bien. Últimamente le ha agarrado el toque a la jardinería y lo entretiene bastante. Pero los muchachos más jóvenes dicen que ya va de salida. Un muchacho del condominio le dijo que lo veía últimamente muy decaído. Él le contó que su esposa después de 35 años lo había dejado. “Se cansó”-le dijo. Agarró sus cosas y se fue con otro hombre. Don Orlando no sabe ni cocinar un huevo. Tiene una semana de ponerse la misma ropa porque no sabe cómo lavarla.  

La ley es una ficción. Decía el sociólogo Emile Durkheim que la gente sólo cumple con la ley porque la interioriza como presente. Pero cuando esa presencia se va, y hay anomia, la ley deja de cumplir su rol de control social.

“Se perdieron los valores” dijo el pandereta, como si crecieran de un árbol en “Alicia en el País de las Maravillas”. Hay veces que pienso que las películas sólo sirven para nutrir esa función social. Si usted le dijera a una persona, “vea, le voy a pagar un salario mínimo y lo pueden matar. No va a pasar tiempo con su familia y su integridad física y psicológica van a estar en peligro…”, probablemente no aceptarían el trabajo. Pero si ven una serie de CSI, una película de Will Smith o la última de “The Rock”, entonces el concepto de policía (o de mafioso), tiene un romanticismo innegable. Más vale morir en el intento que vivir en la languidez.

          Entonces los trabajos también son roles. Y llevan disfraces. ¿recuerdan al coyote y al perro ovejero de Looney Tunes marcando tarjeta? (“Buenos días Ralph, buenos días, Sam”). Me pongo el traje de superhéroe y salgo a conquistar el mundo. Es mi derecho como hombre. Lo hemos hecho desde Drake, Vasco de Gama, Pedro de Alvarado hasta Carlomagno. Ahora lo harán Elon Musk, Bill Gates o Bezos pero de forma digital. Pero lo hacen. Ahí están los millones de oprimidos trabajando para que ellos puedan comprar su próximo yate. Es mi derecho. Tengo derecho a ser el vencedor y reclamar mi premio. El botín es esa libertad. Libertad para tener mujeres, lo quieran ellas o no, como los soldados rusos o americanos entrando a Europa del Este. Ver los pozos petroleros ardiendo en Iraq, o llevarme obeliscos enteros como lo hizo Napoleón. No me vengan con sentimentalismos. Eso sí, para mí si están permitidos los romanticismos. Soy el Ulises, el único protagonista de mi propia Odisea. Al finalizar el día regresaré adonde Penélope o Joséphine, o aún mejor, al eterno femenino de mi madre, Letizia. Pero todos los demás son débiles. Yo soy fuerte y lo he logrado todo yo sólo. Las comunidades son para los niños, las mujeres, o los adultos mayores.  

Entonces, si durante siglos con mi pene rebozante he conquistado el mundo; he doblegado a Cuahutémoc, a Darío, he triunfado en el Rubicon y he ingresado a Roma con los laureles en mi cabeza, puestos en mi cabeza por los mismos dioses, ¿quién es esta mujer para retarme, a este centurión?, ¿quién es este niño que me pide afecto y cariño? Debería aprender desde ahora que el mundo es cruel, cínico e incoherente. Que los sentimientos son debilidades, que sólo vencen los que dividen y conquistan. 

Falso.

El ser humano es el único ser sobre la faz de la Tierra que tiene la capacidad de codificar y sistematizar el conocimiento de una forma, que sus predecesores tienen la posibilidad de accesar información de centenas de generaciones antes de ellos, de una forma directa y acuciosa. De trabajar en equipo de una forma tan compleja y sistemática como los giros de la abeja reina en una colmena. La historia no es progresiva, pero si lo fuera, sólo podría existir un Mozart, un Leibniz y un Beethoven, si la generación anterior logra inventar y perfeccionar el solfeo y la escritura.

Aún así, hay que entender que los verdaderos héroes de una civilización son las espaldas que cargan la sal de la tierra. El verdadero héroe de la historia, no es el Terminator de Schwarzenegger, con anteojos oscuros, un rifle y una Harley Davidson, sin miedo al éxito. El verdadero héroe es ese muchacho vi hoy en el parque infantil, con sobrepeso por comer pizza fría y que los compañeros del colegio ya no logran reconocer de las fotos de la graduación, pero que con ilusión impulsa a su hija de la hamaca hasta verla graduarse de la universidad con las canas bien profusas.

Ese que tiene tres trabajos para poder reservar el sábado para el día de futbol infantil, a quien su esposa le reclama tantas cosas y las escucha en silencio, porque la ama con todo el corazón, y sabe que todo eso vale más que la ansiedad de mil amores pasajeros.

          A todos ellos, mi eterna admiración. Porque tener una familia y estar presente para los hijes es el acto de amor más desinteresado y de entrega más honesto que puede tener un ser humano. Porque mantener un hijo o estar presente para una hija es, finalmente también, un acto de altruismo y filantropía. A todos ellos les digo, ¡aguanten, mis tropas!, porque algún día llegará el Valhalla donde habrá mucho silencio y podremos tener adornos de cerámica en la mesa de la sala, pero sólo tendremos obeliscos de piedra para recordar esas batallas y recordaremos con gran cariño las campañas que libramos y sobrevivimos para poder llegar a casa donde nuestras Penélopes y nuestras Heras. Porque no importa dar la vida cuando no es para la guerra y la destrucción, sino para dar la vida a otros también.

(1) José Orlando Jiménez, guarda de 54 años de edad, el martes 27 de julio de 2004 en la embajada de Chile, con sede en San José, mató a tres funcionarios de la Embajada de Chile en Costa Rica, mantuvo a otros siete como rehenes durante más de seis horas en la sede diplomática y se disparó a sí mismo, muriendo desangrado.

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